Frutos Baeza - El habla huertana
EL HABLA HUERTANA José Frutos Baeza
El lenguaje de la huerta
tiene mucho que entender;
y lo mismo en Covatillas,
que en la Urdienca y el
Sequén,
chapurrándolo no gusta,
bien hablado da placer.
El habla huertana es
dulce
como el panal de la miel,
cuando platica de amores
la moza con su querer.
Alegre como el repique
de las castañuelas es,
cuando bailando
parrandas,
la nena recorta bien,
y los mozos se encandilan
porque esfisan no sé qué,
y hasta relinchan de
gusto,
sin poderse contener.
En los juegos de manates,
en donde no hay paripel,
pica como la mostaza,
y hay quien se pone de
tres
colores, cuando el gracioso
se esfarria en su papel
y aboca toda la especia
en menos de un santiamén.
Sentenciosa en el perráneo,
mucho más que la de un
juez,
se origina algún belén
y el hombre mete su vara
y evita que Juan y
Andrés,
ó se queden traspunchaos
y ni el Dios guarde se
den,
ó se pongan las costillas
á palos como la pez.
No es el lenguaje panocho
jerigonza de burdel,
sino mezcla del sencillo
romance de pura ley,
y del habla vigorosa
de aquel pueblo aragonés,
que conquistador de
Murcia
con el rey don Jaime fué:
matizado con mil nombres
que dejó él árabe en él,
como Alquibla, Zaraiche,
Beniaján, Benialé,
Alberca, Aljufía,
Alfande,
Benetucer, Aljucer,
Almohajar, Alfatego,
Benicotó y Beníel;
habla expresiva,
armoniosa,
á que dieron lustre y prez,
en sus bandos, Rubio y
López;
en sus romances, Tornel;
Diaz Cassou, en sus
cuentos;
Soriano, en el entremés.
* *
Cabe el murado recinto
do Murcia, preciado edén,
vivió el huertano aferrado,
como el guerrero á su
arnés,
á su lengua, á sus
costumbres
y à sus tradiciones fiel;
y lo que labor de siglos
no lograra conmover,
al mediarci de las luces,
con su brillo y su
oropel,
fué cayendo, fué cayendo,
sin poderse mantener.
Metió por la vega virgen
la locomotora el tren,
con su penacho ondulante
corriendo á todo correr,
y ¡adiós, augusto
silencio
del encantado vergel!
La revolución gloriosa
echó por tierra después
la muralla aspillerada,
de cuya vieja pared,
aun conservan los
vestigios
Zaraiche y San Miguel.
Y luego Antonete Galvez,
todo corazón y fe,
alzó las huestes honradas
de huertanos, y en tropel,
predicando del Cantón
el glorioso amanecer,
se los llevó á Miravete
y à Cartagena... y á
Argel,
donde pobres y emigrados,
pasaron hambres y sed,
¡dóciles aventureros
de aquella lucha cruel.
Todo en veinte años huyó
para nunca más volver:
metió el huertano en el
arca,
sudario del tiempo aquél,
el jubón, con cada broche
de plata como una nuez,
la chaqueta azul de gala,
el morisco zaragüel,
la capa majestuosa, la montera,
el calañés y la manta
espirnadera,
que orlaban caireles
cien;
y la huertana, la
armilla,
el refajo ó guardapiós,
el pañolico de espuma,
á unos dos dedos del que
el moño
de picaporte iba gracioso
á caer,
la mantellina lujosa...
todo aquel vistoso tren
con que la moza juncal
se formaba su toilet,
y salía por las sendas
más hermosa que un
clavel,
dejando olor de membrillo
de las ropas al vaivén,
y à más de cuatro zagales
pegaos á la paer.
II
Pero si á impulsos
extraños
y por diferentes causas,
huyeron de las costumbres
de la población huertana,
lo secular y lo típico
de su gaya indumentaria,
sus costumbres y sus
juegos,
sus bailes, sus
serenatas...
el lenguaje, aquel
lenguaje
que con picarescas galas
don Joaquín López vertía
en sus célebres soflamas,
cuando hacía de perráneo
el primer día de
máscaras,
en su vistosa carreta,
con las manos en la faja,
de pie y mirando al
concurso
que embelesado escuchaba,
ese lenguaje, repito,
aunque no libre de
màcula,
porque los kilos y el
metro,
y hasta las piezas
baratas
del teatro, con sus
chistes
y sus canciones chulapas,
saltando ñecas y azarbes
llegaron à las barracas;
ese subsiste en su
esencia
como reliquia preciada.
* **
Habla de la Huerta mía,
expresión dulce y
simpàtica
que en labios de mis
mayores
escuché desde la
infancia,
si mis cantares te copian
y mis romances esmaltas,
no es por ansia de
laureles
ni por triviales
jactancias,
es porque mi sangre es
sangre
de humilde estirpe
huertana,
es porque en mi ser
palpitas,
porque te llevo en el
alma,
y porque contigo evoco
ecos
de edades pasadas,
y se recrea mi espíritu
con esa música grata,
que nace de tus acentos
y brota de tus palabras.
Y no al compás de la lira,
del laúd, ni del arpa,
como trovador romántico
al pie de vetusio
alcázar,
sino al rítmico y alegre
rasguear de la guitarra,
recordaré tus encantos,
cantaré tus alabanzas,
mientras me inspire una
nota
tierna, dulce ó delicada,
esa vega encantadora,
de que eres tú verbo y
gala,
con sus colores
espléndidos,
con el rumor de sus
cañas,
con su ambiente de
azahares
y su alfombra de
esmeralda,
que se extiende hasta la
sierra,
de tomillos matizada,
en donde asienta su trono
la Virgen de la Fuensanta.
José Frutos Baeza
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