Mtinez. Tornel - Bailes tradicionales
10
/09/1904 Bailes tradicionales José Martínez Tornel
Con buena voluntad y
mediano éxito vienen hace algunos años intercalándose en los programas de
nuestra feria un número de bailes típicos de la huerta.
Alguna
vez resulta agradable este festejo, pero no es por los bailes precisamente,
sino por las bailadoras, que han sido ejemplares hermosísimos de aguerridas
hijas de la huerta.
Ya lo
dice el antiguo cantar:
En la huerta de Murcia
como hay moreras
se crían las muchachas
como la seda.
O
"sanas o buenas" o "muy sandungueras" que todas estas
variantes tiene el final de Ia coplilla y todas son verdad.
Y
además bailan con natural rubor; cosa a que no estamos acostumbrados en el
teatro y le da un atractivo de delicadeza a su baile.
Pero
los típicos de la huerta, que eran dos, la malagueña y las parrandas no
parecen. La primera porque la han adulterado modernizándola,
desnaturalizándola, y las segundas, ¡las clásicas parrandas!, porque las tienen
en la huerta por baile antiguo, basto y ordinario.
¡No lo
entienden! Las parrandas, sépanlo las de la huerta, son el baile más fino, más
galante, más rítmico y más honesto que se ha bailado en el mundo. Tienen el
movimiento de una seguidilla y dura lo que el que toca la guitarra y canta la
copla tarda en desarrollarla. Cada copla hace un baile completo, y cuando se
acaba de cantar una y empieza otra, los hombres cambian de pareja, pasando con
cierta cortesía, por detrás de ella a ocupar el sitio del primer bailador de su
derecha; y así todos los bailadores.
Por
esta razón se necesitan al menos dos parejas para bailar las parrandas, pero
pueden bailarlas dos, cuatro, ocho, diez y seis parejas; cuanto más mejor;
porque el baile se verifica entre cuatro en todas sus mudanzas.
Si así
como se ha introducido en algunos salones de baile se ha introducido el cake
wals o como se le llame a ese baile extranjero, antiartístico y grosero, se
introdujesen las parranda y se bailasen según arte, habían de tener mayor
aceptación y proporcionarían a las personas de buen gusto un recreo higiénico,
ocasión de ser galantes con todas las que tomaron parte en dicho baile y motivo
para protestar de Io extranjero honrando lo nacional.
Pero
como no espero que las parrandas suban a los salones, quisiera que no las
despreciasen en Ia huerta y que las huertanas de ahora las restaurasen,
bailándolas hasta con orgullo, que, al fin, las parrandas han sido el baile de
sus madres y de sus abuelas.
Y si
quieren, que bailen, en hora buena, la malagueña, pero la nuestra, la bizarra,
no la modernizada con golpes de cancán y otras cosas feas.
Que,
últimamente, a mí me importa poco, aunque lo sienta mucho, que se pierdan los
trajes típicos huertanos, y que se pierdan sus bailes; lo que importa conservar
es la sencillez, el candor pudoroso de Ia huertana, porque es lo que le prepara
a una felicidad envidiable en el nido una pobre barraca.
En
aquel parrandeo de treinta y dos parejas, que he visto y más de una vez, en la
ancha puerta de una vivienda rústica, bajo la tendida parra, por la cual se
filtraban los rayos del sol, que caían sobre aquellos pintorescos trajes, cobre
los broches de plata de ellos y sobre las lentejuelas de ellas, ¡qué alegría
tan intensa se derrochaba! ¡que cuadro tan lleno de vida se podía admirar!
Aquello tenía de morisco y de griego, de voluptuoso y de clásico. En ese baile,
el hombre hace gimnasia: la mujer derrama gracia.
Es mucho el baile de las parrandas. U tiene
que bailar. Más el que el rigodón. ¡Y es en la huerta donde lo tienen por
antiguo basto y ordinario!
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