Mtnez Tornel-Frutos Baeza La hijuela y la hijuelera


17 /05 / 1907 .- La hiiuela[1]  José Martínez Tornel

El mercado de ayer estuvo bastante animado. En los comercios de telas hubo bastante despacho de novedades de verano, porque si bien no se deja sentir todavía el calor, éste no puede faltar digan lo que quieran los calendarios. Lo que sucederá es que vendrá de pronto, el día que nunca lo esperamos, como ha ocurrido varios años. Parece que hasta el tiempo se va haciendo radical y no quiere pasar por los términos medios de la primavera y el otoño. Del helado al ardiente pelo... que dijo el poeta.
Pero si no por la temperatura, bien se conoce que estamos en Mayo y que ha pasado el día de San Isidro. Con ver esos dorados manojos de hijuela que llevan los huertanos para su venta, ya se deduce que la cosecha de la seda ha dado sus primicias, recompensando los afanes y el duro trabajo del cultivador. Se deducen además que ha empezado a circular el dinero por Ia huerta y que los mercados de los jueves serán de ahora en adelante de mucha importancia.
La hijuela, según mis noticias, ha tenido este año un buen precio y el capillo también parece que lo va a tener. Bueno es que el primer ingreso de alguna imponencia que tiene la huerta sea
de consideración; porque cuando la hijuela se paga bien, no se paga mal el capullo, y el pimiento lo toca la misma suerte. Habrá una lógica superior, de orden económico, que determina esa correlación; pero, en el vulgar sentido, se explican esas coincidencias, porque así como un mal nunca viene solo, tampoco los bienes se dan mondos y lirondos.
El caso es que la hijuela abre el año agrícola en la huerta de Murcia, y este año lo ha abierto con llave de oro con buenos precios y con tendencia a mejorar. Es la hijuela producto de esta huerta, todavía más exclusivo que el pimentón todas las naciones que utilizan ese hilo de seda maravilloso, que no tiene otra aplicación que la pesca, han de procurárselo en este mercado, hasta Italia que tanta seda produce. Por eso y a pesar de las miles de libras que se fabrican, la demanda es mayor cada año. Y la industria de la hijuelería crece en esta población al compás de lo que se exporta, dando trabajo todo el año a muchas mujeres.
Por cierto, que esta industria, con ser tan importante, ha nacido y crecido espontáneamente. Empezó porque uno de San Juan compraba los gusanos que no hacían capillo, los echaba en vinagre y sal, ¡según dice la gente, 1es estiraba las tripas hasta hacer con ellas una cosa así como una cuerda de guitarra que le pagaban los ingleses a buen precio. Algunos que se enteraron de la mecánica y de que las cuerdas de guitarra se pagaban mejor que el capillo, cuando los gusanos llegaban a su completo crecimiento, los zarzos los echaban a la salmuera y vinagre; y cátate la competencia y la industria hijuelera, que ha llegado a ser una de las más beneficiosas para Murcia.
En cambio, aquí donde los tomates y los pimientos morrones se producen tan en abundancia, no ha sabido implantar nadie la fabricación de esas conservas ni otras semejantes. Todos los que lo han intentado, han perdido el tiempo y el dinero: lo mismo los que Io han intentado en pequeño, que los que emprendieron el negocio en grande.
Así se da en Murcia el contrasentido que las latas de tomate en conserva nos las tengan que remitir de poblaciones donde no pueden
Por un chauiquio
Llenarte de tomdtes
el canastiquio.
Tal vez algún día les ocurra a los tomates lo que le ocurrió a la hijuela: que le salga uno de San Juan que entienda el negocio.

LA HIJUELERA Frutos Baeza



Dante, hijuelera graciosa,
seis hebras de fina hijuela
para encordar mi guitarra
A acompañarme con ellas.

    Dámelas de esas que pule
tu mano rosada y fresca
para que pulsen mis dedos
toda La sal de mi tierra.

Quiero cantar en romance
tus hechuras sandungueras,
porque resalte tu tipo,
que es tu flor de la canela,
en el rítmico trenzado
de la forma romanesca.


San Antolín, populoso,
humildemente te alberga,
pero si, pobre es la concha,
en cambio es rica la' perla,
y compartiendo tus sales
con la gentil sanjuanera,
cuando  vas los talleres,
porque la virtud te lleva,
como diosa del trabajo
dejas tu virgen estela.

Como en pluma de paloma,
siempre limpia E siempre tersa,
reluce el sol en tu falda
recortadica y estrecha,
y entre tus pliegues graciosos
se acusa, en tu andar de reina,
de tu bizarra escultura
la juvenil resistencia.

Cuando en tu cabeza erguida
pomo de nardos campea,
parece un airón de nieve
que te sirve de diadema,
y el brioso taconeo
que marca tu regia huella,
compás de hélice orgullosa
por lo que mueve, semeja.

Te da, el gusano sedero
sus dureas y toscas hebras,
y trocadas por tus manos
en finos hilos de pesca
como de seda nacidos,
por ti tornan a ser seda,
con la irisación del nácar
con el matiz de la perla;
y es tu labor primorosa,
tan sutil, tan pulcra y buena,
que lleva lejos de España
la fama que tú desdeñas.

El mantón que tú te pones
Parece manto de griega
En el airoso desgaire
Con que tus hombros cuelga.

Lo mismo que aquella Virgen
que festejas en la sierra,
y en la Catedral adoras
y en tu corazón veneras.

Tienes Los ojos rasgados
Y tienes la tez morena,
porque en tu serena frente
y en tus mejillas, te besan
cálido sol de Levante
y brisas de Espuña frescas.

Eres trianera, en el garbo
En lo viva, perchelera;
En el andar menudito,
Menestrala madrileña,
Y hay en la franca alegría
Que en tus ojos centellea,
De andaluza y castellana
La conjunción más soberbia.

En la gira bulliciosa,
mas no la báquica juerga,
desahogas tus quereres
al son de la malagueña,
bailas la jota trenzada,
tan garrida como apuesta,
Y cuando enarcas los brazos
para coger tu pareja,
descubres todo el hechizo
de tu talle de maceta.

Tú llevas la gloria misma
a los populares fiestas,
y en San Antón, y en San Blas,
y en el tren de Cartagena,
en donde estalla el requiebro
y la juventud se alegra,
entra, cuando entra tu garbo
toda la sal de mi tierra.
Páginas (sin numerar) siga a la 32 del
¡CAJINES Y ALBAEES!




[1] Se obtenía sacando la glándula sericígena en el momento en que el gusano comienza a hilar. Para su elaboración, se echaban los gusanos en un lebrillo con agua, vinagre y sal para que se ahogaran y maceraran. La operación duraba toda una noche o toda una mañana; posteriormente se extraía la hijuela, que se hacía abriendo el gusano por el vientre y estirándolo con los dedos, hasta formar una hebra larga de unos 40 a 60 centímetros de longitud. Una vez obtenida la misma se lavaba con agua y limón y después, se dejaba secar.

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