Mtnez Tornel - Los dátiles


15 / 12/ 1905.- Los Dátiles                       José Martínez Tornel
En los mercados de estos jueves se ofrecen a los compradores, como es natural, los frutos de la estación cruda del invierno; pero entre todos los frutos, ninguno más propio que los dátiles, ya adobados, ya maduros en Ia palmera. Compiten con ellos las naranjas, los peros, las nueces, las castañas, las bellotas, hasta las níspolas verdes y podridas, pero aunque compiten, no los vencen. Es un fruto el dátil que merecía estar caro para que la gente lo supiera. No se les aprecia debidamente porque por cinco céntimos dan para un hartazgo.
No es fácil calcular las arrobas que se vendieron ayer de ese riquísimo fruto. Los miles de personas que salieron ayer al mercado a comprar otros géneros se dejarían la pava de la Alboleja, (coliflores) o los caramelos de novia (las desmayantes zanahorias), pero lo que es los dátiles, no se los dejó nadie. Hasta los paseantes, los que salen al mercado a ver a las muchachas y a tomar el sol, prueban tan abundante fruto.
Bien adobado, o naturalmente maduro, es una de las frutas más delicadas de las que la naturaleza ofrece como enconfitados. Su dulzor es especialísimo, su carne sana y alimenticia y jugo pectoral en grado máximo e infalible para suavizar la tos.
Y, sin embargo, el dátil no es poético. Tanto como se ha cantado a la palmera, a su ondulante
penacho, a su esbelto y altivo tronco; para el dátil no ha habido ni siquiera una rima dislocada modernista, ni clásica tampoco. Todo ha sido cantar a la palmera, a la madre; cuando toda ella, con su altura gigantesca, con su tronco y su corona, ha sido hecho para el hijo, para el dátil.
¡No que no!
¿Por qué tiene la palmera tronco tan alto? Vamos a ver. Pues para que el dátil se críe sin humedad al sol, al aire libre, donde no llega ni el piojo rojo de los  naranjos ni ningún fruto de la tierra. Y además para que los gorriones coman alguna vez tranquilamente.
Y diga usted, Regulez: ¿Para qué tiene la palmera el penacho de palmas que tan graciosamente se balancean con el viento?

-Para que sirva de paraguas y que los dátiles no se mojen.
Talvez, talvez, ha acertado Regulez, porque la naturaleza atiende a la conservación de todo lo que produce.
La palmera inspira justamente a los poetas por su elegancia y belleza por su arrogancia y gallardía y porque parece que nos enseña a mirar para lo alto y a aspirar al cielo; pero si bella y graciosa es por todo eso, no lo es menos considerada como madre, pues cuando parece cargada con ocho o diez de esos grandes y dorados racimos, me parece a mí la gran hembra llena de pechos exuberantes, en los que bebe el dátil el néctar de sus dulzores.
Dos árboles, entre todos, son los que realmente inspiran más cosas buenas: el ciprés y la palmera.
El ciprés es triste, porque parece señalar con su aguda punta el camino de los que se van para siempre, para la eternidad. El ciprés recuerda la muerte y las sepulturas.
La palmera, por el contrario, es alegre: parece que sube tan-alta para recoger lo que baja del cielo y ponerlo en comunicación con la tierra. Y lo que baja del cielo es luz, calor, esperanza y vida. De modo que bien cantada está la palmera; y el dátil comido también está bien.

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